jueves, 15 de mayo de 2008

La evolución de la escritura secreta

Algunos de los testimonios más antiguos de escritura secreta se remon­tan a Herodoto, «el padre de la Historia», según el filósofo y estadista roma­no Cicerón. En Las Historias, Herodoto hizo una crónica de los conflictos entre Grecia y Persia en el siglo v a.C., que él consideró como un enfrenta-miento entre la libertad y la esclavitud, entre los estados independientes grie­gos y los persas opresores. Según Herodoto, fue el arte de la escritura secre­ta lo que salvó a Grecia de ser ocupada por Jerjes, el Rey de Reyes, el despótico líder de los persas.

El prolongado enfrentamiento entre Grecia y Persia alcanzó una crisis poco después de que Jerjes comenzara a construir una ciudad en Persepolis, la nueva capital para su reino. Llegaron tributos y regalos de todo el imperio y de los estados vecinos, con las notables excepciones de Atenas y Esparta. Decidido a vengar esta insolencia, Jerjes comenzó a movilizar una fuerza, de­clarando que «extenderemos el imperio de Persia de tal manera que sus lí­mites serán el propio cielo de Dios, de forma que el sol no brillará en ningu­na tierra más allá de los límites de lo que es nuestro». Pasó los cinco años siguientes reuniendo en secreto la mayor fuerza de lucha de la Historia, y en­tonces, en el año 480 a.C, estuvo listo para lanzar un ataque sorpresa.

Sin embargo, la proliferación militar persa había sido presenciada por Demarato, un griego que había sido expulsado de su patria y que vivía en la ciudad persa de Susa. A pesar de estar exiliado, aún sentía cierta lealtad ha­cia Grecia, y decidió enviar un mensaje para advertir a los espartanos del plan de invasión de Jerjes. El desafío consistía en cómo enviar el mensaje sin que fuera interceptado por los guardas persas. Herodoto escribió:

nueva capital para su reino. Llegaron tributos y regalos de todo el imperio y de los estados vecinos, con las notables excepciones de Atenas y Esparta. Decidido a vengar esta insolencia, Jerjes comenzó a movilizar una fuerza, de­clarando que «extenderemos el imperio de Persia de tal manera que sus lí­mites serán el propio cielo de Dios, de forma que el sol no brillará en ningu­na tierra más allá de los límites de lo que es nuestro». Pasó los cinco años siguientes reuniendo en secreto la mayor fuerza de lucha de la Historia, y en­tonces, en el año 480 a.C, estuvo listo para lanzar un ataque sorpresa.

Sin embargo, la proliferación militar persa había sido presenciada por Demarato, un griego que había sido expulsado de su patria y que vivía en la ciudad persa de Susa. A pesar de estar exiliado, aún sentía cierta lealtad ha­cia Grecia, y decidió enviar un mensaje para advertir a los espartanos del plan de invasión de Jerjes. El desafío consistía en cómo enviar el mensaje sin que fuera interceptado por los guardas persas. Herodoto escribió:

Como el peligro de que lo descubrieran era muy grande, sólo había una manera en que podía contribuir a que pasara el mensaje: retirar la cera de un par de tablillas de madera, escribir en la madera lo que Jerjes planeaba ha­cer y luego volver a cubrir el mensaje con cera. De esta forma, las tablillas, al estar aparentemente en blanco, no ocasionarían problemas con los guar­das del camino. Cuando el mensaje llegó a su destino, nadie fue capaz de adivinar e! secreto, hasta que, según tengo entendido, la hija de Cleomenes, Gorgo, que era la esposa de Leónidas, lo vaticinó y les dijo a los demás que si quitaban la cera encontrarían algo escrito debajo, en la madera. Se hizo así; el mensaje quedó revelado y fue leído, y después fue comunicado a los demás griegos.

Como resultado de esta advertencia, los hasta entonces indefensos grie­gos comenzaron a armarse. Los beneficios de las minas de plata pertene­cientes al Estado, que normalmente se distribuían entre los ciudadanos, fue­ron ahora transferidos a la Marina para la construcción de doscientas naves de guerra.

Jerjes había perdido el vital elemento de la sorpresa y, el 23 de septiem­bre del año 480 a.C, cuando la flota persa se aproximó a la bahía de Sala-mina, cerca de Atenas, los griegos estaban preparados. Aunque Jerjes creía que había atrapado a la marina griega, los griegos estaban incitando delibe­radamente a las naves persas para que entraran en la bahía. Los griegos sa­bían que sus naves, más pequeñas y menores en número, serían destruidas en el mar abierto, pero se dieron cuenta que entre los confines de la bahía po­drían superar estratégicamente a los persas. Cuando el viento cambió de di­rección, los persas fueron llevados por el viento al interior de la bahía, for­zados a un enfrentamiento en los términos de los griegos. La princesa persa Artemisa quedó rodeada por tres lados y trató de volver hacia el mar abier­to, consiguiendo tan sólo chocar con una de sus propias naves. Entonces cun­dió el pánico, más naves persas chocaron entre sí y los griegos lanzaron un sangriento ataque. En menos de un día, las formidables fuerzas de Persia ha­bían sido humilladas.

La estrategia de Demarato para la comunicación secreta se basaba sim­plemente en la ocultación del mensaje. Herodoto narró también otro inci­dente en el que la ocultación fue suficiente para conseguir el paso seguro de un mensaje. Él hizo la crónica de la historia de Histaiaeo, que quería alentar a Aristágoras de Mileto para que se rebelara contra el rey de Persia. Para transmitir sus instrucciones de forma segura, Histaiaeo afeitó la cabeza de su mensajero, escribió el mensaje en su cuero cabelludo y luego esperó a que le volviera a crecer el pelo. Evidentemente, aquél era un período de la Historia que toleraba una cierta falta de urgencia. El mensajero, que aparentemente no llevaba nada conflictivo, pudo viajar sin ser molestado. Al llegar a su des­tino, se afeitó la cabeza y se la mostró al receptor a quien iba destinado el mensaje.

La comunicación secreta lograda mediante la ocultación de la existen­cia de un mensaje se conoce como esteganografía, derivado de las palabras griegas siéganos, que significa «encubierto», y graphein, que significa «escribir». En los dos mil años que han transcurrido desde Herodoto, di­versas formas de esteganografía han sido utilizadas por todo el mundo. Por ejemplo, en la China antigua se escribían mensajes sobre seda fina, que luego era aplastada hasta formar una pelotita diminuta que se recubría de cera. Entonces, el mensajero se tragaba la bola de cera. En el siglo xv, el científico italiano Giovanni Porta describió cómo esconder un mensaje dentro de un huevo cocido haciendo una tinta con una mezcla de una onza de alumbre y una pinta de vinagre, y luego escribiendo en la cascara. La solución penetra la cascara porosa y deja un mensaje en la superficie de la albúmina del huevo duro, que sólo se puede leer si se pela el huevo. La es­teganografía incluye también la práctica de escribir con tinta invisible. Ya en el siglo i, Plinio el Viejo explicó cómo la «leche» de la planta Thithy-mallus podía usarse como tinta invisible. Aunque se vuelve transparente al secarse, al calentarla suavemente se chamusca y se pone marrón. Muchos fluidos orgánicos se comportan de manera similar, porque son ricos en car­bono y se chamuscan fácilmente. De hecho, es sabido que los espías mo­dernos a los que se les ha acabado su tinta invisible habitual improvisan uti­lizando su propia orina.

La longevidad de la esteganografía corrobora que ofrece sin duda un ni­vel de seguridad, pero padece de una debilidad fundamental. Si registran al mensajero y descubren el mensaje, el contenido de la comunicación secreta se revela en el acto. La interceptación del mensaje compromete inmediatamente toda la seguridad. Un guarda concienzudo podría registrar rutinariamen­te a cualquier persona que cruce una frontera, y raspar cualquier tablilla cu­bierta de cera, calentar cualquier hoja de papel en blanco, pelar huevos coci­dos, afeitar la cabeza de alguien, y así sucesivamente, e inevitablemente se producirían ocasiones en las que el mensaje quedaría revelado.


Fuente: SINGH, Simon. (2000) «Los códigos secretos». Debate

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